Cuando eras muy pequeña, ya pensaste en cómo sería tu vida de mayor. Algunas personas piensan ya desde muy chiquititos a lo grande: Médico, Profesor, Piloto, Bombero, incluso algo tan descabellado como Superman, Spiderman, Batman, Blancanieves, o en mi caso, Cenicienta. Luego te vas haciendo mayor, y tus gustos van cambiando a algo más material, más práctico, algo más definido por esta sociedad como “normal”. Sigues creciendo y sigues cambiando de opinión, dudando, soñando con pertenecer a algo que crees que es lo mejor para ti, para tu futuro lleno de restaurantes, hoteles, casas, coches y dinero por doquier... Desde mi experiencia, puedo decir que he estado toda mi vida queriendo hacer algo que creía de todo corazón que era mi sueño, mi meta a conseguir. Luego empecé a ascender, a escalar para llegar a alcanzar mi objetivo y cada vez que subía un tramo del recorrido, sentía más náuseas en mi estómago, más vértigo... Un día normal, como otro cualquiera de esta horrible rutina, tropiezo en mi escalada con la piedra más insignificante del mundo y me caigo, de tal manera que no veo la meta, no veo nada, nada por lo que luchar, por lo que intentarlo de nuevo... Y ahí estoy yo, una simple chica, ciega ante lo que antes me parecía un camino de rosas hacia mi futuro... Al cabo de un tiempo de esforzarme por ver de nuevo mi objetivo, logro empezar a ascender, y sin mirar atrás, empiezo a escalar más rápido, mirando a un punto negro, escalando por escalar, por “probar”. Cuando por fin consigo vislumbrar la meta, esa a la que tanto ansiaba llegar, se convierte en una visión horrible, una meta tan abstracta para mi, que todavía sigo sin saber qué había allí arriba. Poco a poco, fuí ascendiendo por otros caminos, intentando descubrir otros sueños ocultos, otras metas de futuro, en definitiva, otra y otra decisión, todas seguidas y sin algún tipo de descanso entre ellas. Cuando ya estaba harta de buscar y buscar y no encontrar ninguna otra meta que alcanzar, decidida por fin a descender para adentrarme en el mundo de siempre, liso, plano y vacío, vislumbré una luz que no se podría definir, simplemente era mágica, perfecta, visible sólo y exclusivamente para mi. Atraída por esa luz cegadora, fui alzando primero una mano, luego otra, un pié, otro y a diferencia de mis otras escaladas, esta era fácil, sencilla, agradable... Cuando llegué por fin a esa luz tan magnífica y pude entender de dónde provenía, no había nada que decir, nada que decidir, nada que dudar. Esa luz no era más que la punta de un zapatito pequeño y frágil de una princesa de cuento de hadas, tan simple, puro y perfecto que hizo que mi mente y mi mundo, giraran en torno a él. Desde ese preciso instante, supe que esa era mi meta a conseguir, algo que puede parecer simple, infantil, pero que es la única y absoluta verdad. Tuve que tropezar, intentar y esforzarme por alcanzar lo que creía que era mi objetivo, sin embargo, en una de estas vueltas que da la vida tan a menudo, me di cuenta, sin esfuerzo alguno, que nunca podré desear tanto y con tanta fuerza ser enfermera, psicóloga, médico, pedagoga o lo que el mundo quiera que llegue a ser, como deseo aún ser la princesa de mi cuento de hadas favorito...
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